Aunque, por suerte, en estos momentos existe una mayor preocupación ambiental y se realiza un consumo mucho más responsable y sostenible de bienes y servicios, sigue existiendo un gran desconocimiento sobre algunos conceptos concretos.
Por ejemplo, el término biodegradable se ha convertido en un reclamo habitual tanto en el etiquetado de productos como en campañas de concienciación ecológica. Sin embargo, no siempre se comprende con exactitud a qué hace referencia y la mayoría de personas no sabe cuándo está realmente ante un producto o un material biodegradable.
Entenderlo es clave para evitar equívocos y para tomar decisiones de compra y gestión de residuos adecuadas, y hoy te lo vamos a explicar en este nuevo post.
¿Qué es un producto o un material biodegradable?
Un producto o una sustancia se considera biodegradable cuando puede descomponerse de forma natural por la acción de microorganismos como bacterias, hongos o algas, transformándose en elementos simples y no tóxicos para el medioambiente, principalmente dióxido de carbono, agua, sales minerales y biomasa.
Este proceso de degradación no requiere la intervención humana directa ni requiere tecnologías específicas, aunque las condiciones ambientales pueden influir en su velocidad y eficacia.
La biodegradabilidad, por tanto, no depende únicamente de la composición orgánica del producto (aunque sea lo más determinante), sino también del entorno en el que se degrada: temperatura, humedad, presencia de oxígeno y tipo de microorganismos disponibles. Por ejemplo, un material biodegradable puede tardar semanas en descomponerse en una planta de compostaje industrial, pero años si se abandona en un entorno natural no adecuado.
Requisitos para poder hablar de biodegradabilidad
Para que un producto sea formalmente considerado biodegradable, debe cumplir con ciertos requisitos definidos por normativas y certificaciones internacionales. Entre ellos destacan:
- Composición orgánica: el material debe estar formado principalmente por compuestos naturales susceptibles de ser asimilados por los organismos descomponedores.
- Tiempo de degradación: se exige que el proceso de descomposición ocurra en un plazo razonable. Según normas como la EN 13432 (Europa), al menos el 90 % del producto debe degradarse en un máximo de 180 días en condiciones controladas.
- No toxicidad: los residuos resultantes de su degradación no deben ser tóxicos ni alterar negativamente el medio en el que se produce el proceso.
- Ausencia de metales pesados o contaminantes persistentes, como tintes o aditivos químicos que impidan la acción biológica.
Una cosa, no implica la otra.
Ahora bien, que un producto o un material sea biodegradable no significa que pueda desecharse irresponsablemente en cualquier lugar.
Muchos consumidores caen en el error de arrojar este tipo de residuos en espacios naturales o en la basura común, creyendo erróneamente que desaparecerán sin causar impacto. Sin embargo, si no se depositan en las condiciones adecuadas pueden tardar mucho más tiempo en degradarse o incluso terminar generando contaminación.
Por ello, es fundamental leer el etiquetado, seguir las indicaciones de reciclaje o compostaje y no asumir que biodegradable es sinónimo de inofensivo para el entorno. La biodegradabilidad es una ventaja ambiental, pero solo si se gestiona con responsabilidad.
¿Tienes ahora un poco más claro cuándo podemos hablar de un producto o un material biodegradable? En Álvarez San Miguel solemos trabajar, precisamente, con aquellos residuos que no lo son, ya que nuestra labor es gestionar el reciclado y desecho de residuos para evitar sus consecuencias en el medioambiente.
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